La plena inmortal

 
 

by | Oct 26, 2007

Antonio Martorell’s workshop in Ponce, Puerto Rico, exhibits his “La plena inmortal” art project.

Antonio Martorell’s workshop in Ponce, Puerto Rico, exhibits his “La plena inmortal” art project.

La tradición medieval y renacentista encarnada en La danza de la muerte me ha fascinado desde mi temprana adolescencia. Los esqueletos musicantes y danzantes que sacan a bailar a papas y emperadores, reinas y marquesas, labriegos y médicos, cortesanas y monjas, estas calacas que sonrientes y fiesteras los invitan a participar del último jolgorio, la postrera jarana, el parison del estribo me han tentado por más de medio siglo a emularlos, moviendo el esqueleto, engrasando las coyunturas y uniéndome a la pachanga.

No deja de sorprenderme que las condiciones que provocaron esta danza mortal—guerras, epidemias, hambre, miseria y cataclismos naturales—tan presentes en nuestro tan globalizado mundo de hoy no hayan propiciado una actualización de este último baile, una puesta al día de la muerte niveladora en clave festiva.

Recuerdo con entusiasmo una Danza de la muerte xilográfica excepcional del gran grabador alemán Hap Grieshaber publicada a principios de los años sesenta haciéndose eco de Hans Holbein. Y recuerdo haber ayudado a imprimir de los tacos originales en linóleo los grabados que componen el portafolio La Plena de Lorenzo Homar y Rafael Tufiño, siendo un aprendiz de ambos en el Taller de Gráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña en aquella época.

No sabía entonces que ambas memorias iban a coincidir en un proyecto cuarenta años después, cuando se juntaran “el hambre con las ganas de comer,” la plena borincana con la danza medieval, el noticiero musicalizado de suceso deportivos, policíacos, políticos y metereológicos con la arcaica ronda mortuoria pero festiva de jerarquías sociales, religiosas y militares unidas bajo el ritmo contagioso de la muerte.

La guapachosa urgencia de la Pelona, su sabrosa resonancia de huesos, cuero, castañetear de dientes, maracas, güicharo y pandero combinados con la apremiante mortandad de nuestros tiempos donde se funden y confunden terrorismos de estado y subversión, fanatismos religiosos de oriente y occidente, hambre universal y miseria globalizada me han seducido y provocado a regresar con ahínco a la madera y el papel, la gubia y la punta seca, las tijeras y las tintas, la cola y el cobre para unirme a esta danza de la destrucción tornándose en construcción de un mosaico clamoroso por la vida recordándonos la muerte. “La Plena Inmortal” es mi proyecto actual. Plena porque pretende ser plena, completa, inclusiva, igualitaria como lo fue “La Danza de la Muerte” medieval y renacentista. Plena porque es nuestra música, la que gozamos bailando y cantando y también la que mis maestros Lorenzo Homar y Rafael Tufiño usaron de motivo para el célebre portafolios en linografía “La Plena.” Inmortal porque sólo la muerte lo es puesto que todos los demás somos mortales. Ella sobrevive, es la que mata, la que invita, la que establece el ritmo y afinca el pie, es aquella irresistible ejecutante que marca el compás que aniquila, el arrebato que arrebata, el abrazo que abrasa.

Se morirá gente ahora que antes no se moría porque no existían. Reconoceremos nuevas categorías, profesiones y oficios mortales. Ni en la Edad Media ni en el Renacimiento morían disk jockeys, reinas de bellezas o top models y tampoco peloteros, cosmonautas o tele reporteros, baloncelistas o galeristas. Ahora sí, y todos, hasta el artista, bailarán.

Fall 2007Volume VII, Number 1

Antonio Martorell es el 2007-2008 Wilbur Marvin Visiting Fellow en el David Rockefeller Center for Latin American Studies (DRCLAS).

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