Víctimas Invisibles, Conflicto Armado, y Género

Eliminación de la mujer colombiana de la memoria histórica

by | Sep 13, 2013

Una mujer trans en la tumba de una de sus compañeras matada por grupos armados en Pasto, Nariño, Colombia. Crédito: Rommel Rojas Rubio, IOM

Durante siglos la memoria histórica en Colombia ha sido un asunto menor, algo del orden del sentimiento que para muchos, tiene una evocación de conservación o conservadurismo. Ese sentimiento que ha sido real en Colombia, es inspirado en aquellas construcciones que obligan a las personas, a no recordar los horribles sucesos de crímenes y guerras que han marcado el país. Históricamente Colombia ha sido un “país sin memoria histórica”, un país conformado por un conjunto de personas que no son capaces de conmemorar para transformar, sino que con el olvido generan más dolor y victimización que sus muchas bombas. Colombia, no tiene la capacidad de perpetuar en sus concepciones a sus muertos, héroes, ni mucho menos a sus víctimas. Razón por la cual las personas más afectadas en el conflicto armado colombiano, son aquellas que han estado invisibilizadas, en el anonimato, con el fin de no incomodar el devenir de los acontecimientos.

No obstante, en las últimas décadas, y como apuntábamos anteriormente, a raíz de la experiencia de los procesos de reivindicación por los derechos humanos en el país, esas víctimas invisibles se han empezado a visibilizar. Ante este hecho, han sido varias las contestaciones que en Colombia que se han dado desde el poder, pero que se pueden incluir en dos opciones principalmente: “o bien se han manipulado para favorecer a sus intereses”, o “bien se ha propuesto que se les compadezca vaciando así el contenido de la reivindicación y la denuncia de las víctimas”. Sin embargo, lo que esas víctimas que se han hecho visibles demandan no es otra cosa que su dignidad, su justicia y su reconocimiento, y por ese motivo reconocer la existencia de los daños generados, debiendo desglosar los tipos de injusticia que han sufrido. Porque hacer justicia pasa por reparar y reconocer el significado de esos daños forjados. O dicho de otra manera, las personas no consiguen olvidarse de lo que no pueden penalizar y en situaciones extremas hablar de estos temas es una obligación moral. Con todo esto, me refiero a “la mujer colombiana” y su triste eliminación de la memoria histórica del país en el marco del conflicto armado, como víctima.

En Colombia se puede tristemente decir que la violencia contra las mujeres no comenzó desde el conflicto armado, sino que ha sido una práctica histórica y generalizada en casi todas las sociedades y culturas del país. La violencia intrafamiliar y la discriminación, el acoso sexual, la violación sexual y demás formas de violencia contra las mujeres existen en todas las sociedades y culturas de la nación, porque las relaciones entre hombres y mujeres se han establecido sobre la base del predominio del poder de los hombres sobre las mujeres y de lo masculino sobre lo femenino en este país.

En Colombia, al ser este tipo de violencia una práctica antigua y generalizada, siempre pareció normal y, en consecuencia, los gobiernos y las investigaciones en Género nunca la vieron, contribuyendo al progreso del “gender blindness” o ceguera de Género en el país, por considerar que la mujer era un sujeto de poca referencia social, y de poca preocupación nacional. De esta forma la mujer al ser invisibilizada, discriminada y suprimida de la memoria histórica del país como sujeto activo y abatido del conflicto armado, generó que fuera deshonrada en los procesos de militarización de la sociedad Colombiana y en situaciones de conflicto armado interno, aumentando para ella los riesgos y la inseguridad en el sentido en que no encontraron protección alguna.

Esto sucedió porque en Colombia se aceptó y se estimuló un modelo posmachista de hombre que afirma su seguridad y su reconocimiento a través de la fuerza y de las armas, y un modelo posmachista de mujer que le sirve de espejo a esta imagen: “una mujer dependiente-sumisa que acepta el mandato de un hombre en su vida y que aceptó ser borrada de la memoria histórica de su país”. Este contexto afectó y terminó de agraviar la situación de la mujer Colombiana, pues con frecuencia, los actores armados dispusieron de normas sociales sobre el comportamiento y las relaciones afectivas de las mujeres del país, controlando su sexualidad, definiendo la forma de vestir e impartieron los castigos a aquéllas que incumplieron con sus reglas, tal como sucedía en los pueblos de Antioquia, Chocó, el Sur de Bolívar y el Magdalena Medio a mediados en el periodo de 1920-1950.

En Colombia la cultura patriarcal en medio del conflicto y de los desplazamientos, todavía se hizo más evidente. Las mujeres sufrieron violencia sexual, reclutamiento de niñas como esclavas sexuales de los mandos de los grupos armados para hacer trabajos domésticos; como el caso “Sara”, la niña que fue reclutada cuando tenía 11 años en Barrancabermeja, y que a los 13 años fue violada y obligada abortar. Quien entre sus muchas declaraciones a la prensa colombiana, manifestó en 2012 que existe el.

“Campamento aborto, un horrible sitio donde la guerrilla de las FARC obligan a las niñas reclutadas a abortar cuando quedan embarazadas. Lugar, ubicado en el Magdalena medio, donde se dice que habrían abortado más de 100 niñas”.

Equivalentemente, la invisibilidad de la mujer de todos estos procesos, agudizó la feminización de la pobreza de los pueblos colombianos, donde el cuerpo y la vida de las mujeres colombianas se convirtió en objetos para hacer la guerra, como fue el caso de nuestra “Elvia Cortez”, humilde campesina que subsistía vendiendo sus cosechas en la plaza del mercado, a quien los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el año 2000, le colocaron e hicieron estallar un collar de explosivos en su cuello.

En esta perspectiva, las mujeres colombianas víctimas de una barbarie, piden una auténtica justicia social, étnica y de género. Necesitan ser revindicadas en su derecho a ser visibilizadas en la violencia, para que y así puedan tener una vida digna con un derecho a morir de viejas, de mayores.

En Colombia no es un secreto que la mujer históricamente ha sido el sujeto principalmente perjudicado por el conflicto colombiano. Que la violencia ejercida contra ella ha generado una condición inhumana que la ha posicionado en un estatus “entre los pobres del país”. Dado que la discriminación que ha hecho la historia colombiana del rol de la mujer, ha logrado que ellas pasen a un segundo plano como sujetos menoscabados por la guerra en general y las prácticas violentas ejercidas por los grupos armados. Esta situación no sólo ha limitado las posibilidades de protección de los derechos humanos de las mujeres en Colombia, sino también ha hecho evidente la necesidad de trabajar por su activa participación en la definición de sus políticas en el ámbito nacional. Considerando además, que las acciones estatales así como su inoperancia las afectan diferenciadamente, reproduciendo condiciones de inequidad para ellas.

Colombia sigue dejando invisible a la mujer de todos sus procesos, la promoción de igualdad de género histórico no ha implicado dar una atención explícita a las necesidades y las perspectivas de las mujeres. Sólo para el trimestre junio – agosto de 2010, de acuerdo con los datos del Departamento Nacional de Estadísticas (DANE) la tasa de desempleo femenina resultante de la violencia y el desplazamiento forzado se ubicó muy por encima de la tasa de desempleo masculina, 15.8% y 8.9% respectivamente. En las 13 áreas metropolitanas el desempleo alcanzó una tasa de 14.9% en las mujeres y 10.9% en los hombres, evidenciando que la brecha de desempleo por sexo afecta también a las grandes ciudades colombianas.Para septiembre de 2012 el país celebró que por

primera vez, en cerca de cuatro años, bajar a un dígito la tasa de desocupación. Pero, los últimos reportes diferenciados por género publicados por el DANE, muestran que para las mujeres la desocupación resultante de la violencia o el desplazamiento, todavía tiene dos dígitos, evidenciado un traspié en el concepto de inclusión social en el país. La tasa de desocupación del país en el período septiembre – noviembre de 2011 fue de 9,3%. En el mismo lapso, esta tasa, para la población masculina, fue de 7% y para la femenina de 12,4%. (DANE, 2012)

De esta manera Colombia debe crear escenarios idóneos para generar una conciencia de la vulneración de la mujer en todos los escenarios, revivir la memoria histórica donde la principal sujeto sea la mujer colombiana e incorporar su igualdad en las políticas y los programas que la Constitución fijó desde su expedición, que ordenan su protección de frente al desplazamiento forzado y el conflicto interno. Logrando subsanar aquellas anomias sociales de la realidad donde la mujer colombiana es rechazada y olvidada, con reconocimientos expreso a prestaciones productivas hacia ellas en los entornos sociales. Inquiriendo impulsarlas permanentemente desde políticas para su protección en el marco del conflicto interno, para el pleno ejercicio de sus derechos.

La sociedad colombiana debe dejar a un lado ese silencio y ese olvido que ha llevado al país a situaciones de injusticia e impunidad contra la mujer. El país debe mediante “el proceso de documentar”, ayudar a erradicar contribuyendo a que las mujeres no sigan siendo víctimas anónimas, exigiendo el respeto de sus derechos humanos y que en futuros casos de verdad, justicia y reparación se incluyan sus experiencias y necesidades. En este sentido, la utilidad y necesidad de evidenciar las violaciones de derechos humanos que sufren las mujeres, y que ha quedado manifestada en todo lo anteriormente expuesto, es un importante avance para erradicar el “histórico ostracismo” en el que han estado ellas condenadas a vivir, y que se ha construido sobre su sufrimiento en nombre del progreso, la paz y la seguridad.

La realidad es que muchas mujeres en Colombia no cuentan lo sucedido porque tienen miedo al dolor que produce una evocación traumática, o porque se ven constreñidas a callar para salvaguardarse, y por esa razón viven con una sensación de impotencia. Pero el olvido de ellas de la memoria histórica del país, el silencio y la apariencia de normalidad en torno a las violaciones de sus derechos es otra forma de violencia que se perpetuará hasta que pongamos fin a esa indiferencia. Desde esta visión creo, que ofreciendo condiciones de seguridad y apoyo emocional a la mujer colombiana, participando de su experiencia de violencia, haciéndoles entender a ellas que hay otras personas que han pasado situaciones similares, como otras que estamos dispuestos a apoyarles, les ayudará aligerar las cargas que llevan. Por eso, expresar lo sucedido es una forma de ayudar a restablecer su dignidad y reconstruir una historia olvidada.

De esta forma se conseguiría reivindicar el papel protagónico de la mujer en la sociedad colombiana, reconstruyendo los hechos que la han marcado a lo largo de su triste historia, obteniendo, la identificación, visibilidad y remuneración de las contribuciones de ellas al funcionamiento y el bienestar social del país.

Spring 2013Volume XIII, Number 1
Luis Miguel Hoyos Rojas es Investigador en Derecho Constitucional Comparado y Género. Investigador del Grupo de Investigación Pensar (en) Género del Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá D.C. Miembro extranjero de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional y Par evaluador de la Red Colombiana de Semilleros de Investigación. Actualmente co-investigador en el Megaproyecto “Para la Erradicación de la Violencia Basada en Género” en los Departamentos del Valle del Cauca y Bolívar (Colombia). Investigador con experiencia en proyectos políticos y sociales, con gobiernos locales e institucionales de la sociedad Civil en Colombia. Consultor e Investigador en temas de Desarrollo Social y Económico de CEDESCOL, Colombia. Contacto: hoyos.luis@javeriana.edu.co

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