3, 2, 1… poemas

by | Nov 23, 2020

Manual para sobrevivientes

No quiero un panegírico leído por Ernesto, Sergio o Claribel
ni un mausoleo en la Colina de los Ilustres Hombres.
Que no maquillen mi pellejo
ni disfracen mi esqueleto y su cubierta de un Gran Señor que nunca fui.
Prohibidos los videos y las fotos que después circularán por Internet
o serán salvapantallas, tapiz del Escritorio,
imagen destacada de perfil en red social.

Nadie publique un reportaje, una noticia, un obituario.
Alejen a la prensa de la fosforescencia de mi profundo oscuro sueño.
Golpeen todo rostro cuyos ojos enrojezcan
ante el primer ardor de mi chorreante témpano
y humillen a cuanta mujer aparezca
queriendo, enlutada, acaparar la propiedad privada del Dolor.

Desnudo amordazado dando vueltas frente al fuego,
aguarden su ración de carne asada los presentes;
trituren lo que sobre, hagan moronga
y coman hasta hartarse de mis restos.

Si al rato van al baño a descargarse,
no olviden con las hojas limpiarse de mis libros.

Jamás se les ocurra de todo lo que dije o escribí
copiar ni media frase en las paredes.
Olvídense de dioses y de héroes.
En estos tiempos los monumentos hieden.

Conviene reajustarse los grilletes.

Cronopia:

Ya no me importan tu arrogancia, rancia
estrategia de tragedia ni media
cubriéndote la pierna tierna mientras
la otra trota de vista en vista lista

para herir, rugir y huir de mi dura,
en mis idos, a mi profetizante
mano sin guante, oídos, dentadura;
pues, ves, tus dedos los enredos hacen

por diversión para ambos bobos (bosques
que caben en gestos toscos, costumbres
de hacha, charadas). Enredos y locos

como los nuestros y como nosotros
yo como. Comé comamos comámonos
que no me importan tus dudas, ¡juguemos!

 

Verdades que se empozan bajo el agua

En una transparencia sin lenguaje,
donde el lenguaje mismo es más bien la trans-
parencia, algoritmo indiscernible
fluye como la sangre a un corazón
cuyo latir responde
al ritmo de expansión del Universo.
Podríamos pensar que en esa danza,
ejecutada no como espectáculo,
hay un mensaje oculto
que debe ser hallado
para reconciliarnos con el Todo.

Ausentes los contornos de los nombres,
a fosas abisales descendemos
buscando así la propia imagen; vamos
cayendo ―pájaros en la pupila―
hacia una altura ―aleteo inaudible―
donde el nido de nuestro nido, imagen
recurrente de un sueño colectivo,
acuna nuestra ruina,
nuestro ataúd y nuestro entierro y nuestra
herida y el arma que la ocasiona
y la mano que la blande, su fuerza
y sus motivos. Una ceguera entonces
alerda nuestro vuelo
y apenas salpicados regresamos
a la falsa firmeza de la tierra.

Oímos en sordina,
mientras tanto, los gritos de la sed
y sus pisadas; oímos territorios
que rugen al llamarse unos a otros.
Oímos colisiones, minerales
bestias en duelo genesiacas: bordes
que, cérvidas cornadas, van y vuelven,
geodésico ritual,
sobre su propio alud mudando formas.
Mientras sus elementos se reordenan.

De un mecanismo abstracto los engranes,
cuando no somos más que una molécula
sumergida sin rumbo
y al azar enlazada,
giran indiferentes al trayecto
que describe su estela o a la sombra
imposible de sus mutuos mordiscos;
giran pues los engranes
y el eco de su música se instala,
espíritu común, número áureo
enfrentado a su inverso, en cada acorde,
nota, compás, silencio, disonancia.
Sabemos que el ascenso es hundimiento,
pero seguimos yéndonos sin pausa,
embebidos, al fin, unos en otros.

Carlos M-Castro es un autor y editor que enseña español como lengua extranjera en Bakú, Azerbaiyán, donde temporalmente reside desde 2016. Su sitio web es lectordislexico.net.

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