Por Carolina San Miguel

Carolina San Miguel dibuja y ríe con los niños

En el ultimo decenio, como parte de mi trabajo, tuve centenas de diálogos inspiradores con niños en riesgo en ciudades de las Américas del Sur, Central y del Norte. Estas interacciones, cambiaron el curso de mi vida. Ya no podía cerrar mis ojos y fingir en ignorar a estos niños, como si no fueran un problema mío.

No es como se yo nunca tuviese sido expuesta a la pobreza y al racismo. Crecí en un barrio violento, pobre y altamente vulnerable en el sureste de Brasil. Sin embargo, mi punto de partida no determinó en quién me convertí. Aprendí idiomas y culturas, conocí personas de múltiples nacionalidades y viví en todo el mundo. Me convertí en una pionera, como la primera brasilera a obtener una maestría en Habitación en el Instituto Federal Suizo de Tecnología (ETH) y el año pasado, la primera brasilera a obtener el doctorado en Design en Harvard. Superé mis circunstancias, rompiendo barreras. Es por eso que el foco de mi vida hoy es ayudar y apoyar a los niños y familias, para asegurarme de que otros niños que vengan de circunstancias similares a las mías las superen y, en ves de ser la excepción como yo, se conviertan en la norma y tengan éxito.

Algunas de estas interacciones pungentes con niños, como ilustro aquí en conversaciones realizadas en tres momentos diferentes, mientras trabajaba con ellos, me ayudaron a entender mejor el mundo de los niños en situación de riesgo en las ciudades de las Américas:

Diálogo 1 con una pequeña niña en Boston (Estados Unidos, 2018)
Yo: Cuál es tu raza?
Niña pequeña anónima: Soy humana…

Diálogo 2 con una niña en Cancún (Méjico, 2015)
Yo: Si pudieras escoger algo para tener en tu casa, que escogerías?
Niña anónima en riesgo: La playa.
Yo: Por que? Tu vives en Cancún. Aquí hay mucha playa.
Niña: Si. Pero… nunca voy a la playa.
Yo: Por que no?
Niña: Ellos no me dejan entrar.
Yo: Quienes son ellos?
Niña: Ah, ya sabes no, los gringos y los hoteles…

Diálogo 3 con un adolescente en Belo Horizonte (Brasil, 2012)
Yo: Que es lo que te gusta mas de esta acción?
Adolescente anónimo de un albergo: Los estudiantes de arquitectura que vienen a visitarnos.
Yo: Porque? Que hacen ellos?
Adolescente: Nos están ayudando.
Yo: Como?
Adolescente: Pues, hablan con nosotros. Nos escuchan. Escuchamos hip hop juntos. Bailamos…esas cosas así…
Yo: Solamente eso?
Adolescente: Sí, profesora. Ellos se preocupan…con nosotros.

Como estos diálogos revelan sutilmente, los niños en las Américas son víctimas de violencia estructural. En parte de mi trabajo, he tratado de descubrir algunas de las razones de esto, juntamente con ejemplos positivos de micro prácticas comunitarias de acciones de base que vengo haciendo de forma independiente para apoyar a los niños con carestía en los barios. Lo que descubrí a través de mis practicas de investigación es que la responsabilidad social hacia nuestros niños es un compromiso que pertenece a todos nosotros americanos, de norte al sur y que todo niño pertenece a un lugar.

Uno a cada dos niños en el mundo sufren violencia de malos tratos físicos, abuso sexual y/o psicológico, según el informe de 2018 de la Organización Mundial de la Salud. Esta violencia afecta el bienestar de los niños por donde quiera que pasemos. Mientras trabajaba como estratega de innovación para organizaciones locales sin fines lucrativos, apoyando niños y familias en Boston, en el Harvard Center on the Developing Child, y al mismo tiempo obteniendo mi certificado de especialista en protección infantil por la UNICEF y por el Harvard FXB Center for Health and Human Rights, descubrí que uno de los principales factores que dificulta el desarrollo y el sentido de auto valorización de los niños es la violación de sus derechos básicos. Según el reciente y innovador informe A Familiar Face publicado por UNICEF en 2017, sobre la violencia en la vida de los niños, hoy cerca de 300 millones de niños en todo el mundo entre edades de dos a cuatro años sufren malos tratos físicos o agresión psicológica por sus padres o cuidadores. El mismo informe nos muestra que uno en cada cuatro niños menores de cinco años tiene madres víctimas de violencia domestica y que los adolescentes tienen tres veces mas probabilidades de morir violentamente. El informe también muestra que las niñas ni siquiera están seguras en sus propias casas, donde en el 90% de los casos de abuso sexual contra ellas, el autor era alguien que la víctima conocía.

En Latinoamérica no es diferente. El informe muestra que a cada siete minutos un niño es asesinado en el mundo, victima de homicidio, conflicto armado o violencia colectiva. La mayoría de estos homicidios no ocurre en zonas de guerra, sino en el Caribe y América Latina, que tienen las tasas de homicidio infantil más altas del mundo, en proporciones cuatro veces mayores que el promedio global. Estas son, de hecho, las únicas áreas en el mundo donde los homicidios infantiles están aumentando. Solo en Brasil, por ejemplo, las tasas de homicidios contra niños duplicaron en los últimos 20 años. Brasil es hoy el país con la quinta tasa más alta de homicidios contra niños de 10 a 19 años, con las tasas más altas encontradas en Honduras, El Salvador, Colombia y Venezuela, según UNICEF. En un informe de 2017, la organización humanitaria mundial World Vision clasificó a Brasil como el país más violento contra los niños en Latinoamérica, por malos tratos, abuso físico y psicológico, trabajo infantil, matrimonio infantil, amenazas on-line y violencia sexual.

Quizás se pregunte por qué estoy trayendo estos números. Te voy a decir brevemente y directo al punto: imagina a un niño descalzo de cuatro años en medio de un barrio pobre en Méjico o Brasil, portando una arma de fuego fabricada en los Estados Unidos y vendida a narcotraficantes en América del Sur, mientras que otro niño pequeño agarra el dinero de un sujeto rico y privilegiado para comercializarlo con heroína, un opioide ilícito, derivado de la morfina que se encuentra en las plantas de adormidera cultivadas en Méjico o Colombia y después transportado ilegalmente para los Estados Unidos por medio de Méjico y para Europa por medio de Brasil. Imagine estos medicamentos opioides, todos hechos de la misma morfina, siendo manipulados  químicamente por compañías farmacéuticas norteamericanas y europeas para ser transformados en analgésicos, también hechos de substancias opioides adictivas, estos analgésicos estratégicamente anunciados y direccionados principalmente a usuarios adolescentes y consumidos por millones de ciudadanos americanos y europeos que se vuelven adictos, enfermos mentales y, a veces, criminalizados en sistemas corporativos injustos de justicia juvenil que lucran exactamente del encarcelamiento de estos adolescentes. Ahora imagine a una niña forzada a la prostitución infantil o al trafico humano para servir a un mercado de consumidores compuesto en su mayoría por hombres blancos que viven en los Estados Unidos o Europa. No diría entonces que el problema de la violencia contra los niños envuelve a todos nosotros? No cree que estamos permitiendo y patrocinando estas negociaciones?

Traigo aquí estos escenarios tristes pero realistas para mostrar que la violencia contra los niños no comienza en América del Sur para terminar en América del Norte o en el resto del mundo. Este es un problema social estructural y interdependiente que esta ocurriendo en ambas direcciones, causado y moldeado por las múltiples complejidades que envuelven a todos y a cada uno de nosotros. La crisis de los opioides, solo para dar un ejemplo, es una emergencia de salud publica que ocurre no solamente con los niños Latinx que cruzan las fronteras entre Méjico y Estados Unidos para escapar de esta guerra perversa de las drogas, sino también una amenaza directa que ocurre contra los propios niños de los Estados Unidos en este momento. Además de que  14.1 millones de niños viven en la pobreza en los Estados Unidos, y de estos 5.3 millones en niveles de pobreza extrema (Save the Children, 2018), los Estados Unidos consiguieron llegara al numero de casi un millón de usuarios de opioides solo en 2016, un aumento de 100% en relación a 2006, con la mayoría de los usuarios siendo exactamente de adolescentes y jóvenes (NSDUH, 2018).

Intervención con niños adolecentes en albergues de Belo Horizonte

Sin embargo es posible intervenir contra esta crisis y cambiar las cosas gradualmente.

Cuando yo proyecte una acción participativa de base comunitaria con niños recogidos en una institución de menores albergados y con el apoyo de estudiantes de Arquitectura en los albergues, mientras yo trabajaba como profesora universitaria hace ya algunos años en Belo Horizonte, mi ciudad natal en Brasil, todavía no sabia que podríamos construir este cambio incremental. Solo sabía que tenía que hacer algo. El incomodo emocional que me vino al leer un articulo en el periódico local sobre el abuso infantil y el posterior envío de estos niños a instituciones de menores, me llevó a buscar y reunir a varios especialistas para trabajar junto con mis alumnos, y así intervenir en la reforma de cinco de estos albergues en toda la ciudad, cuyo trabajo fue extendido a mas 15 instituciones, y más tarde fue contratada como arquitecta por el ayuntamiento local para hacer el proyecto y reforma modelo de uno de los albergues.

He dirigido otra acción social de planeamiento participativo con niños de una comunidad en riesgo en un barrio de baja renta en Cancún, Méjico, cuando trabaje como profesora ayudando un grupo de estudiantes de la Harvard Graduate School of Design. Mientras los alumnos trabajaban con la comunidad en una oficina que proyectamos, me involucré al mismo tiempo en una oficina experimental con los niños de esta comunidad. Al principio, la idea era cuidar de los niños mientras los padres trabajaban con los estudiantes. Pero luego percibí, que mi micro intervención no académica y sí empírica, permitió a los niños expresar sus preocupaciones y de nosotros comprender de manera mas profunda los problemas enfrentados por esta comunidad, de una manera divertida, relajante y positiva. Nos divertimos mucho, comimos tacos y desarrollamos un sentido de colectividad. Tanto en Brasil como en Méjico, estas experiencias hicieron que los niños se sintieran amados, conectados, bien atendidos, responsables, escuchados, haciendo parte y pertenecientes a un lugar.

No son esas intervenciones de diseño físico apenas, sino acciones participativas de base comunitaria, o sea de design como proceso.

Oficina con niños en riesgo en Cancún

Cuando visito albergues de jóvenes en la Grande Boston para jugar con los niños pequeños, hablar con los jóvenes, compartir mi pasado, luchas y realizaciones, trato de silenciosamente intervenir y transformar las cosas, aunque sea de una manera muy micro pero eficaz e incremental. Cuando estaba trabajando en uno de los albergues de Boston, una pequeña niña rubia de 5 años de edad de sorprendente ojos azules, que me dijo ser humana mientras jugábamos juntas con muñecas, enseguida me abrazo antes de despedirme, diciéndome que me amaba y que sentía mucho que le haría falta. Esta misma niña había sido víctima de violencia domestica y estaba a los cuidados acogedores de la institución de modo legal. Llevo estos momentos, sus ojos, sus dibujos, sus voces, su inocencia y su amor para siempre conmigo donde quiera que vaya. Y sé que si puedo hacer estas pequeñas cosas con recursos financieros muy limitados, cualquiera de nosotros también puede hacerlo.

Dibujos de niños mejicanos que San Miguel guarda en su sala de estar

Estamos gastando nuestros esfuerzos y economías como naciones, en programas para mitigar los problemas de salud física y mental que afectan a nuestros niños cuando deberíamos investir estructuralmente en educación y cuidado infantil universales a todos nuestros niños para atacar esta situación de forma efectiva – virtualmente una guerra contra los niños. Cuando los Estados Unidos como nación, decide no ratificar la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, de 1989, el principal instrumento jurídico global de la defensa y garantía de la implementación de los derechos de los niños en nuestros barrios, el esta de alguna forma dictando que estos escenarios son permisibles y que el lobby político combinado a intereses corporativos, importa mas de que el bienestar de nuestros niños. Cerrar nuestras fronteras para los niños, nuestros ojos a los números y para la realidad estructural de la violencia y, al mismo tiempo negar nuestra responsabilidad de mudar esto a nivel de barrio, no nos ayudará como sociedad.

Una placa que dice “niños al aire libre” en Arlington, MA

A veces creemos que es difícil cambiar las cosas, pero mi propia experiencia simple de trabajar con niños en las Américas, me ha demostrado que simples intervenciones no gubernamentales pueden ser posibles si trabajamos colectivamente para construir una comunidad. Estas intervenciones pueden alterar progresivamente los resultados de la vida de un niño para siempre, lo que puede lograr los derechos básicos que un niño merece, derechos que un día fueron negados en algún momento de su infancia. La responsabilidad social para con nuestros niños es un compromiso que es inherente a todos los americanos de norte al sur. Debemos inmediata y urgentemente unir nuestros esfuerzos, para alcanzar mejores resultados para nuestros niños si deseamos un mundo mejor para ellos que el mundo fragmentado en el que hoy vivimos. Es nuestro deber, como ciudadanos del mundo y como seres humanos, dar a nuestros niños de las Américas las mejores oportunidades, junto a los hogares sin fronteras más seguros y amables de los hogares, donde ellos tornen parte y finalmente pertenecer a un lugar, no importa de donde vengan.

 Por Carolina San Miguel

Carolina San Miguel desenha e ri com as crianças

Na  última década, como parte do meu trabalho, eu tive centenas de diálogos inspiradores com crianças em risco em cidades das Américas do Sul, Central e do Norte. Essas interações mudaram o curso da minha vida. Eu não pude mais fechar os meus olhos e fingir em ignorar essas crianças como se não elas fossem problema meu.

Não é como se eu nunca tivesse sido exposta à pobreza ou ao racismo. Eu cresci em um bairro violento, pobre e altamente vulnerável no sudeste do Brasil. No entanto, meu ponto de partida não determinou quem eu me tornei. Eu aprendi línguas e culturas, conheci pessoas de múltiplas nacionalidades e morei ao redor do mundo. Eu me tornei uma pioneira, como a primeira brasileira  a obter um mestrado em Habitação no Instituto Federal Suíço de Tecnologia (ETH) e ano passado, a primeira brasileira a obter o doutorado em Design em Harvard. Eu superei minhas circunstâncias, quebrando barreiras. É por isso que o foco da minha vida hoje é em ajudar e apoiar crianças e famílias, para ter certeza que outras crianças provenientes de circunstâncias semelhantes às minhas as superem e, ao invés de serem a exceção como eu, se tornem a norma e tenham sucesso.

Algumas dessas interações pungentes com crianças, como ilustro aqui em conversas tidas em três momentos diferentes enquanto eu trabalhava com elas, me ajudaram a entender melhor o mundo das crianças em situação de risco pelas cidades das Américas:

Diálogo 1 com uma criança pequena em Boston (Estados Unidos, 2018)

Eu: Qual é a sua raça?

Criança pequena anônima: Sou humana…

Diálogo 2 com uma criança em Cancun (México, 2015)

Eu: Se você pudesse escolher uma coisa para ter em sua casa, o que seria?

Criança anônima em risco: A praia.

Eu: Por quê? Você mora em Cancun. Tem um monte de praia aqui.

Criança: É. Mas… Eu nunca vou pra praia.

Eu: Por que não?

Criança: Eles não me deixam entrar.

Eu: Eles quem?

Criança: Ah tipo, você sabe né, os gringos, e os hotéis…

Diálogo 3 com um adolescente em Belo Horizonte (Brasil, 2012)

Eu: O que você está gostando mais dessa ação?

Criança adolescente anônima de um abrigo: Os estudantes de Arquitetura que vêm nos visitar.

Eu: Por quê? O que eles estão fazendo?

Adolescente: Porque eles estão nos ajudando.

Eu: Como?

Adolescente: Uai, eles conversam com a gente. Eles nos escutam. Tipo a gente escuta hip hop juntos. A gente dança…esse tipo de coisa…

Eu: Só isso?

Adolescente: Sim, professora. Eles se preocupam…com a gente.

Como esses diálogos sutilmente revelam, as crianças nas Américas são vítimas de violência estrutural. Em parte do meu trabalho, eu procurei descobrir algumas das razões para isso, juntamente com exemplos positivos de micro práticas comunitárias de ação de base que tenho feito de forma independente para apoiar crianças carentes em bairros. O que eu descobri através das minhas práticas de pesquisa é que a responsabilidade social para com nossas crianças é um compromisso que pertence a todos nós americanos, de norte a sul e que toda criança pertence a um lugar.

Uma a cada duas crianças no mundo sofre violência na forma de maus tratos físicos, sexuais e/ou psicológicos, de acordo com o relatório de 2018 da Organização Mundial de Saúde. Essa violência afeta o bem estar das crianças por onde quer que passemos. Enquanto eu trabalhei como estrategista de inovação para organizações locais sem fins lucrativos, apoiando crianças e famílias em Boston, no Harvard Center on the Developing Child, e ao mesmo tempo, obtendo meu certificado de especialista em proteção infantil pela UNICEF e pelo Harvard FXB Center for Health and Human Rights, eu descobri que um dos principais fatores que dificulta o desenvolvimento e o senso de autovalorização das crianças é a violação de seus direitos básicos. De acordo com o relatório recente e inovador A Familiar Face publicado pela UNICEF em 2017 sobre a violência na vida das crianças, hoje cerca de 300 milhões de crianças em todo o mundo entre as idades de dois a quatro sofrem maus-tratos na forma de punição física ou agressão psicológica por seus pais ou cuidadores. O mesmo relatório mostra que uma em cada quatro crianças menores de cinco anos tem mães vítimas de violência doméstica e que os adolescentes têm três vezes mais chances de morrer violentamente. O relatório também mostra que as meninas nem sequer estão seguras em suas próprias casas, onde em 90% dos casos de abuso sexual contra elas, o autor era alguém que a vítima conhecia.

Na América Latina não é diferente. O relatório mostra que a cada sete minutos uma criança é assassinada no mundo, vítima de homicídio, conflito armado ou violência coletiva. A maioria desses homicídios não ocorre em zonas de guerra, e sim no Caribe e América Latina, que apresentam as maiores taxas de homicídio contra crianças no mundo, em proporções quatro vezes maiores que a média global. Essas são, de fato, as únicas áreas no mundo em que os homicídios contra crianças estão aumentando. Apenas no Brasil, por exemplo, as taxas de homicídios contra crianças dobraram nos últimos 20 anos. O Brasil é hoje o país com a quinta maior taxa de homicídios contra crianças de 10 a 19 anos, com taxas mais altas encontradas em Honduras, El Salvador, Colômbia e Venezuela, segundo a UNICEF. Em um relatório de 2017, a organização humanitária global World Vision classificou o Brasil como o país mais violento contra crianças na América Latina por maus-tratos, abuso físico e psicológico, trabalho infantil, casamento infantil, ameaças on-line e violência sexual.

Você pode estar se perguntando por que estou trazendo esses números. Vou lhe dizer se puder ser breve e direta ao ponto: imagine uma criança de quatro anos, descalça, no meio de alguma favela no México ou no Brasil, carregando uma arma de assalto produzida pelos Estados Unidos e vendida a traficantes de drogas na América do Sul, enquanto outra criança pequena recolhe o dinheiro de um cara rico e privilegiado para comercializá-lo com heroína, um opióide ilícito feito de morfina que é encontrado em plantas de papoula produzidas no México ou na Colômbia e depois transportada ilegalmente para os Estados Unidos através do México e para a Europa através do Brasil. Imagine esses medicamentos opióides, todos feitos da mesma morfina, sendo manipulados quimicamente por empresas farmacêuticas norte-americanas e européias para serem transformados em analgésicos, também feitos de substâncias opióides viciantes, analgésicos estes estrategicamente anunciados e direcionados principalmente a usuários adolescentes, e consumidos por milhões de cidadãos norte-americanos e europeus que se tornam viciados, doentes mentais e, em alguns momentos, criminalizados em sistemas corporativos injustos de justiça juvenil que lucram exatamente com o encarceramento desses adolescentes. Agora imagine uma menina forçada à prostituição infantil ou ao tráfico humano para servir a um mercado de consumidores formado em sua maioria por homens brancos que vivem nos Estados Unidos ou Europa. Você então não diria que o problema da violência contra crianças envolve todos nós? Você não acha que estamos permitindo e patrocinando essas negociações?

Trago aqui esses cenários tristes porém realistas para mostrar que a violência contra crianças não começa na América do Sul para terminar na América do Norte ou no resto do mundo. Ela é um problema social estrutural e interdependente que está acontecendo nos dois sentidos, causado e moldado por múltiplas complexidades que envolvem todos e cada um de nós. A crise dos opióides, para dar apenas um exemplo, é uma emergência de saúde pública que acontece não apenas contra as crianças Latinx que cruzam as fronteiras entre México e Estados Unidos para escapar dessa guerra perversa das drogas, mas também uma ameaça direta que acontece contra as próprias crianças dos Estados Unidos nesse momento. Além do fato de 14,1 milhões de crianças viverem na pobreza nos Estados Unidos e, dessas, 5,3 milhões em níveis de pobreza extrema (Save the Children, 2018), os Estados Unidos atingiram um número de quase um milhão de usuários de opióides apenas em 2016, um aumento de 100% em relação a 2006, com a maioria desses usuários sendo exatamente adolescentes e jovens (NSDUH, 2018).

Intervenção com crianças adolescentes em abrigos de Belo Horizonte

No entanto, é possível intervir contra essa crise e mudar as coisas gradualmente. Quando eu projetei uma ação participativa de base comunitária com crianças em acolhimento institucional e com estudantes de Arquitetura em abrigos enquanto eu trabalhei como professora universitária há alguns anos em Belo Horizonte, minha cidade natal no Brasil, eu ainda não sabia que poderíamos construir essa mudança incremental. Eu só sabia que tinha que fazer alguma coisa. O incômodo emocional que me surgiu após ler um artigo no jornal local sobre abuso infantil e o envio subsequente dessas crianças para instituições de acolhimento, me levou a buscar e juntar vários especialistas para trabalhar em conjunto com meus alunos, e assim intervir na reforma de cinco desses abrigos por toda a cidade,  trabalho este que foi escalado para mais 15 abrigos, e sendo posteriormente contratada como arquiteta pela prefeitura local para o redesenho e reforma modelo de um deles.

Eu liderei outra ação social de planejamento participativo  com crianças de uma comunidade em risco em um bairro de baixa renda em Cancun, no México, quando eu trabalhei como professora ajudando um grupo de estudantes na Harvard Graduate School of Design. Enquanto os alunos trabalhavam com a comunidade em uma oficina que projetamos, eu me envolvi ao mesmo tempo em uma oficina experimental com as crianças dessa comunidade local. A princípio, a idéia era cuidar das crianças enquanto os pais trabalhavam com os estudantes. Mas logo percebi que minha micro intervenção não acadêmica, porém empírica, permitiu as crianças de expressarem suas preocupações e trazer uma compreensão ainda mais profunda dos problemas enfrentados por essa comunidade, de uma forma divertida, relaxante e positiva.  A gente se divertiu, comemos tacos e desenvolvemos um senso de coletividade. Tanto no Brasil quanto no México, essas experiências fizeram com que as crianças se sentissem amadas, conectadas, bem cuidadas, responsáveis, ouvidas, fazendo parte de e pertencendo a um lugar. Não são estas, intervenções de design físico apenas, e sim ações participativas de base comunitária, ou seja, design como processo.

Oficina com crianças em risco em Cancun

Quando vou a abrigos de jovens na Grande Boston para brincar com as crianças pequenas, conversar com os jovens, compartilhar meu passado, lutas e realizações, tento silenciosamente intervir e transformar as coisas, mesmo que de maneira muito micro, porém eficaz e incremental.  Quando eu trabalhava em um dos abrigos de Boston, a criancinha loira de cinco anos de idade, com olhos azuis surpreendentes, que me disse ser humana enquanto a gente brincava juntas com bonecas, em seguida me abraçou antes de eu me despedir, dizendo que me amava e que sentia minha falta. Essa mesma menininha havia sido vítima de violência doméstica e estava sob cuidado institucional de acolhimento legal. Eu carrego esses momentos, seus olhos, seus desenhos, suas vozes, sua inocência e seu amor sempre comigo onde quer que eu vá.  E sei que se posso fazer essas pequenas coisas com recursos financeiros bem limitados, qualquer um de nós também pode.

Desenhos das crianças mexicanas que San Miguel mantém em sua sala de estar

Estamos gastando nossos esforços e economias como nações, em programas de mitigação de problemas de saúde física e mental que afetam nossas crianças quando deveríamos estar investindo estruturalmente em educação e cuidado infantil universais a todas as nossas crianças para combater essa situação de forma efetiva – virtualmente uma guerra contra nossas crianças. Quando os Estados Unidos como nação, decide não ratificar a Convenção das Nações Unidas sobre os Direitos da Criança, de 1989, o principal instrumento jurídico global de defesa e garantia da implementação dos direitos da criança em campo em nossos bairros, ele está de alguma forma nos dizendo que esses cenários são permissíveis e que lobby político combinado a interesses corporativos importa mais do que o bem-estar de nossas crianças. Fechar nossas fronteiras para as crianças, nossos olhos para os números e para a realidade estrutural da violência e, ao mesmo tempo, negar nossa responsabilidade de mudar isso no nível do bairro não nos ajudará como sociedade.

Uma placa dizendo “crianças ao ar livre” em Arlington, MA

Às vezes achamos difícil ou impossível mudar as coisas mas a minha própria experiência simples de trabalhar com as crianças nas Américas tem me mostrado que intervenções não-governamentais simples podem ser possíveis se trabalharmos coletivamente para construir comunidade.  Essas intervenções podem alterar progressivamente os resultados da vida de uma criança para sempre, trazendo-lhe os direitos básicos que ela merece, tirados dela em algum momento de sua infância. A responsabilidade social para com nossas crianças, é um compromisso que pertence a todos nós americanos, de norte a sul. Devemos, imediata e urgentemente, unir nossas forças para alcançar melhores resultados para todas nossas crianças se quisermos viver em um mundo que seja melhor para elas do que o mundo fragmentado em que vivemos hoje. É nosso dever, como cidadãos do mundo, e como seres humanos, dar às nossas crianças das Américas as melhores oportunidades, junto aos lares sem fronteiras mais seguros e amáveis dos lares, onde elas se tornem parte e finalmente pertencentes a um lugar, não importa de onde venham.